Laguna Humantay desde Cusco: Caminata Privada y Ritual Andino

4.91

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¿Cómo es la experiencia?

“No olviden saludar a los Apus,” nos susurró Wilber, nuestro guía, justo cuando salíamos al frío y oscuro amanecer frente al hotel en Cusco. Eran las 4:30 am y todavía me frotaba los ojos con sueño, pero había una emoción especial en el aire—o tal vez era el frío que se colaba por la chaqueta. El viaje en van hasta Mollepata fue tranquilo, solo se escuchaba a Wilber tararear suavemente una canción en quechua que sonaba en la radio. El desayuno en Mollepata fue sencillo pero reconfortante: pan fresco y un mate de coca con aroma terroso y fuerte, como la misma montaña.

El camino hacia Soraypampa se volvió más accidentado, y cuando empezamos a caminar, sentí cómo la altura apretaba mis pulmones. El sendero pasaba junto a pequeños grupos de alpacas que masticaban pasto, moviendo las orejas cada vez que nos acercábamos. Me detenía “solo para tomar fotos” (en realidad para recuperar el aliento), y Wilber señalaba flores silvestres o contaba historias sobre el Salkantay—la montaña sagrada que nos cuidaba. La laguna Humantay me sorprendió con su agua turquesa tan clara, parecía de otro mundo entre tanto hielo y roca. Hubo un momento en que todo quedó en silencio, solo el viento y algunos pájaros resonando entre las piedras.

Nos unimos a Wilber en una ofrenda a los Apus—nos dio hojas de coca y nos enseñó a levantarlas hacia el Salkantay. Mis manos temblaban un poco (¿altura? ¿nervios?), pero fue hermoso formar parte de algo tan antiguo. Después, la gente reía bajito y sacaba fotos; alguien intentó pronunciar “Humantay” y Wilber solo sonrió sin corregir. La bajada fue más fácil, aunque mis piernas parecían gelatina, y el almuerzo en Mollepata supo mucho mejor de lo que esperaba después de una mañana así. A veces, cuando estoy en casa sin hacer nada especial, todavía pienso en ese azul del agua.