Hanoi: Tour en bici, Isla Banana y comida local auténtica

4.98

(161 reseñas)

¿Cómo es la experiencia?

Confieso que al principio me sentí un poco nervioso metiéndome en el tráfico matutino de Hanoi, pero Sang, nuestro guía, solo sonrió y nos dijo que “confiáramos en el ritmo”. Tenía razón. La ciudad tiene su propio pulso: scooters zumbando, alguien asando maíz en la acera, ese dulce aroma a gelatina de mango que se escapa de un puesto. Empezamos cerca del Barrio Antiguo, con los cascos algo torcidos (al menos el mío), y en poco tiempo estábamos pedaleando por callejones tan estrechos que casi podía rozar las paredes con los dedos. Hubo un momento en que una mujer nos sonrió desde la puerta y le entregó a Sang un manojo de bananas pequeñas — al parecer lo hace todas las semanas. Eso todavía me viene a la mente.

Lo que más me marcó fue cruzar a la Isla Banana. Es increíble cómo de repente desaparece el ruido; solo quedan caminos de tierra, plátanos por todas partes y el canto de los pájaros en lugar de bocinas. Sang nos contó cómo este oasis verde sobrevive en medio del caos de Hanoi; incluso nos señaló un grafiti francés antiguo en un pilar del puente (yo ni lo habría visto). Paramos a tomar café en un lugar diminuto junto a las vías del tren, donde los trenes pasan tan cerca que sientes vibrar el pecho. Li se rió cuando intenté pedir en vietnamita — seguro lo hice fatal. El café era tan fuerte que me hizo parpadear dos veces.

Después seguimos pedaleando junto al mausoleo de Ho Chi Minh — todo tranquilo y solemne — y luego por lo que Sang llamó “la calle más poética de Hanoi”. No sé qué hace que una calle sea poética, pero había parejas cogidas de la mano junto al Lago Oeste y pescadores dormitando bajo sus sombreros. En el Lago B52 nos sentamos en el césped mientras Sang nos contaba sobre un proyectil americano que aún descansa en el fondo (se puso un poco intenso aquí; la historia se siente diferente cuando estás justo ahí). Honestamente, las piernas ya me dolían, pero no quería que acabara...